11/9 - Michael Moore
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Nietzscheana
- agosto 15, 2019
Camino a la Escuela
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Nietzscheana
- agosto 15, 2019
In Praise of Nothing
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Nietzscheana
- agosto 05, 2019
Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente - Ramón Andrés
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Nietzscheana
- agosto 01, 2019
Este libro me ha maravillado y se ha convertido inevitablemente en uno de esos de fundamental lectura. He esperado de hecho unas semanas desde que lo leí para procesarlo, masticarlo, meditarlo relajadamente.... y me sigue pareciendo imprescindible.
Ramón Andrés realiza un profundísimo análisis sobre el concepto de suicidio a lo largo de la historia y cómo ha ido cambiado a nivel social. Desde las consideraciones sociales del suicidio en Grecia o Roma, pasando por los devastadores efectos del cristianismo y las paradojas que, todavía hoy, se suceden con el término.
Aristóteles ya condenaba el suicidio en Ética a Nicómaco. En esa época, los suicidas eran desterrados y enterrados en las afueras de la polis con el fin de que no pudiesen encontrar su camino de vuelta si despertaban. Durante una época, incluso se les ataban o cortaban las menos, se depositaban piedras sobre los cuerpos y toda una serie de rituales cuanto menos curiosos. Sin embargo, Aristóteles también asumía comprender a aquellos que, como Catón o Sócrates, se habían dado muerte por honor.
Ante la oleada de suicidios en Roma, los gobiernos comenzaron a regular el derecho al suicidio y también la condena a la que estos suicidas, ya muertos, debían someterse. Generalmente, su herencia pasaba al Estado porque soportar la vida era una obligación legislada. No hay mucha diferencia con la actualidad en China, en donde los cuerpos de presos son de propiedad estatal.
El cristianismo fue mucho más allá y condenó por ejemplo el suicidio de Judas con argumentos paradójicos, pues éste debía de esperar con vida y asumir su penitencia ante su arrepentimiento.
En la actualidad, los suicidios en el país suponen la primera muerta violenta, por encima de los accidentes de tráfico o las agresiones. Sin embargo, nadie se atreve a legislar, ni concienciar a concienciar sobre un tema tan delicado.
Los medios de comunicación no se pronuncian al respecto con el objetivo de no provocar nuevas olas de suicidio entre la población pero nadie parece plantearse que, tal vez, este modo de vida no sea el más adecuado.
La hora del diablo - Pessoa
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Nietzscheana
- julio 28, 2019
En el abismo también hay geología.
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Soy el negativo absoluto, la encarnación de la nada. Lo que se desea y no se puede obtener, lo que se sueña porque no puede existir, ahí se encuentra mi reino vano y ahí está establecido el trono que no me fue otorgado. Lo que podría haber sido, lo que debería haber existido, lo que la Ley o la Suerte no me concedieron, lo arrojé a manos llenas al alma del hombre, y esta se perturbó al sentir la vida viva con lo que no existe. Soy el olvido de todos los deberes, la incertidumbre de todas las intenciones. Los tristes y los cansados de la vida, tras despertar de la ilusión, alzan la mirada hacia mí, porque yo también, a mi modo, soy la Estrella Brillante de la Mañana. ¡Y hace tanto tiempo que lo soy!
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Cuántas veces Dios me ha dicho, citando a Antero de Quental, «¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¿Y quién soy yo?».
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Y se marchó, sonriendo, pero sin darle un beso, el de costumbre, que al darlo nadie sabe si es costumbre o es beso.
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«Solamente los sueños son siempre lo que son» —afirma—. «Es el lado de nosotros en el que nacemos y en el que siempre somos naturales y nuestros.»
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El túnel - Ernesto Sábato
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Nietzscheana
- julio 25, 2019
"En esos casos, siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean"
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"En un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla".
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"La tristeza fue aumentando gradualmente; quizá también a causa del rumor de las olas, que se hacía a cada instante más perceptible. Cuando salimos del monte ya pareció ante mis ojos el cielo de aquella costa, sentí que esa tristeza era ineludible; era la misma de siempre ante la belleza, o por lo menos ante cierto género de belleza. ¿Todos sienten así o es un defecto más de mi desgraciada condición?".
En el enjambre - Byung-Chul Han
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Nietzscheana
- julio 24, 2019
La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido, sin coherencia. Todo ello impide la formación de un contrapoder que pudiera cuestionar el orden establecido, que adquiere así rasgos totalitarios.
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Lo que caracteriza la actual constitución social no es la multitud, sino más bien la soledad (non multitudo, sed solitudo). Esa constitución está inmersa en una decadencia general de lo común y lo comunitario. Desaparece la solidaridad. La privatización se impone hasta en el alma. La erosión de lo comunitario hace cada vez menos probable una acción común.
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El llamado síndrome de París designa una aguda perturbación psíquica que afecta sobre todo a los turistas de Japón. Los afectados sufren de alucinaciones, desrealización, despersonalización, angustia y síntomas psicosomáticos como mareo, sudor o sobresalto cardíaco. Lo que dispara todo esto es la fuerte diferencia entre la imagen ideal de París, que los japoneses tienen antes del viaje, y la realidad de la ciudad, que se desvía completamente de la imagen ideal. Se puede suponer que la inclinación coactiva, casi histérica, de los turistas japoneses a hacer fotos, representa una reacción inconsciente de protección que tiende a desterrar la terrible realidad mediante imágenes. Las fotos bonitas como imágenes ideales blindan a estos turistas frente a la sucia realidad.
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El medio del espíritu es el silencio. Sin duda, la comunicación digital destruye el silencio. Lo aditivo, que engendra el ruido comunicativo, no es el modo de andar del espíritu.
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Las imágenes, que representan una realidad optimizada en cuanto reproducciones, aniquilan precisamente el originario valor icónico de la imagen. Son hechas rehenes por parte de lo real. Por eso hoy, a pesar de, o precisamente por el diluvio de imágenes, somos iconoclastas. Las imágenes hechas consumibles destruyen la especial semántica y poética de la imagen, que no es más que mera copia de lo real. Las imágenes son domesticadas en cuanto se hacen consumibles. Esta domesticación de las imágenes hace desaparecer su locura. Así son privadas de su verdad.
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Hoy, en efecto, estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su movilidad, transforman todo lugar en un puesto de trabajo y todo tiempo en un tiempo de trabajo.
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Las redes sociales fortalecen masivamente esta coacción de la comunicación, que en definitiva se desprende de la lógica del capital. Más comunicación significa más capital. El círculo acelerado de comunicación e información conduce al círculo acelerado del capital.
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El saber no está patente ante nosotros sin más. No lo hallamos de antemano, a diferencia de la información. Al saber lo precede con frecuencia una larga experiencia. Su temporalidad es completamente distinta de la que corresponde a la información, que es breve y tiene muy corta duración. La información es explícita, mientras que el saber adopta a menudo una forma implícita.
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Medios de masas como la radio fundan una relación de poder. Sus receptores están entregados pasivamente a una voz. La comunicación se produce aquí de modo unilateral. Esta comunicación asimétrica no es ninguna comunicación en sentido auténtico. Se parece a una proclamación. Por eso, tales medios de masas tienen afinidad con el poder y el dominio. El poder fuerza a la comunicación asimétrica. Cuanto más alto es el grado de asimetría, tanto mayor es el poder. En cambio, los medios digitales encuentran una genuina relación comunicativa, es decir, una comunicación simétrica. El receptor de la información es a la vez el emisor. En este espacio simétrico de la comunicación es difícil instalar relaciones de poder.
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Flusser exige una nueva antropología, una antropología de lo digital: «Nosotros ya no somos sujetos de un mundo objetivo dado, sino proyectos de mundos alternativos. Desde la sumisa posición subjetiva, nos hemos elevado al plano de la proyección. Nos hacemos adultos. Sabemos que soñamos». [37] Según Flusser, el hombre es un «artista» que proyecta mundos alternativos.
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La sociedad actual no es una «sociedad del amor al prójimo» en la que nos realizamos recíprocamente. Es más bien una sociedad del rendimiento, que nos aísla. El sujeto del rendimiento se explota a sí mismo, hasta que se derrumba. Y desarrolla una autoagresividad que no pocas veces desemboca en el suicidio. El sí mismo como bello proyecto se muestra como proyectil, que se dirige contra sí mismo.
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A la comunicación digital le es extraño el «dolor de la cercanía de lo lejano».
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A Kafka ya se le presenta la carta como un medio de comunicación inhumano. Este autor cree que la carta ha traído al mundo una terrible perturbación de las almas. En una carta escribe a Milena: «¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas podían comunicarse mediante cartas? Se puede pensar en una persona distante, se puede aferrar a una persona cercana, todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas».
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El ifs (Information Fatigue Syndrom), el cansancio de la información, es la enfermedad psíquica que se produce por un exceso de información. Los afectados se quejan de creciente parálisis de la capacidad analítica, perturbación de la atención, inquietud general o incapacidad de asumir responsabilidades. Este concepto fue acuñado en 1996 por el psicólogo crítico David Lewis.
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Barthes, sin duda, tiene ante sus ojos el cuadro de René Magritte Ceci n’est pas une pipe cuando escribe: «Por naturaleza, la fotografía […] tiene algo de tautológico: […] una pipa es siempre una pipa». [63] ¿Por qué pretende él, tan enfáticamente, la verdad para la fotografía? ¿Presiente el tiempo venidero de lo digital, en el que se produce la desvinculación definitiva de la representación respecto de lo real?
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¿Para qué son necesarios hoy los partidos, si cada uno es él mismo un partido, si las ideologías, que en tiempo constituían un horizonte político, se descomponen en innumerables opiniones y opciones particulares? ¿A quién representan los representantes políticos si cada uno ya solo se representa a sí mismo?
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La compra no presupone ningún discurso. El consumidor compra lo que le gusta. Sigue sus inclinaciones individuales. Su divisa es me gusta. No es ningún ciudadano. La responsabilidad por la comunidad caracteriza al ciudadano. Pero el consumidor no tiene esa responsabilidad. En el ágora digital, donde coinciden el local electoral y el mercado, la polis y la economía, los electores se comportan como consumidores.
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Vigilancia y control son una parte inherente a la comunicación digital. Lo peculiar del panóptico digital consiste en que comienza a desaparecer la diferencia entre el Big Brother y los habitantes. Aquí cada uno observa y vigila al otro. No solo nos vigila el servicio secreto del Estado.
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Walser - Poemas & Blancanieves
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Nietzscheana
- julio 23, 2019
EN EL MARGEN
Yo me hago mi camino,
que lleva cerca y lejos;
sin voz y sin palabra,
en el margen estoy.
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SERENIDAD
Desde que decidí abandonarme al tiempo,
siento en mí un cálido sosiego.
Desde que decidí burlarme de las horas y los días,
erminaron mis quejas.
Me he quitado la carga de las culpas
que tanto daño me hacen con una frase clara:
quiera extinguirse o no, el tiempo es el tiempo,
siempre encuentra a un valiente
como en el sitio de siempre.
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Cioran, Manual de antiayuda
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Nietzscheana
- julio 23, 2019
Lo peor de Manual de antiayuda es su querer ser sin llegar a ser. Su intento de aproximarse a Cioran con el lenguaje de Bukowski o Beigbeder; y a Bukowski, en la carrera de las palabras no se le puede ganar. Si por algo se salva es por las referencias y por los referentes, de Baudelaire a Pessoa, de Nietzsche a Sartre. Solo salvo esas citas de otros, porque con esas palabras es imposible construir un mal libro.
La sociedad en que vivimos quiere destruirnos. El arma que emplea es la indiferencia, y hay que poner el dedo en la llaga y apretar bien fuerte. Hablar de lo abyecto: la enfermedad, la ausencia de amor, la fealdad… pero sin adherirse a ninguna idea ni profesar ninguna militancia. La militancia es para la gente feliz. MICHEL HOUELLEBECQ
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En eso consiste la lucidez: en despertar y comprender que la vida no está a la altura. ¡Claro que la vida tiene cosas buenas! Buenas películas, buenas amistades, buenos manjares… Pero no hablo de árboles, sino del bosque: la vida es un bosque tétrico. Son pocos los que se atreven a levantar la vista; la mayoría prefiere encadenarse a su árbol —a su trabajo, a sus hijos, a sus parejas—, aunque el árbol esté, a menudo, torcido y plagado de hongos. Todo con tal de no ver.
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«Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. He conocido ese sentimiento desde mi infancia. No se trata de ese aburrimiento que puede combatirse por medio de diversiones, con la conversación o con los placeres, sino de un hastío, por decirlo así, fundamental y que consiste en esto: más o menos súbitamente en casa o de visita o ante el paisaje más bello, todo se vacía de contenido y de sentido. El vacío está en uno y fuera de uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia —no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A decir verdad, he vivido intensamente, pero sin poder integrarme en la existencia. Mi marginalidad no es accidental, sino esencial.
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«Ahora sé que la nada lo era todo», escribe José Hierro en su poema «Vida»:
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Tampoco se elige ser lúcido: la lucidez nos elige. Un buen día, algo —una tragedia personal, el angustioso silencio del universo, un trabajo ignominioso— nos hace despertar. Hasta ese instante todo encajaba: usábamos las herramientas, nos relacionábamos con los demás, disfrutábamos de los objetos y las cosas, el mundo estaba bien hecho (Jorge Guillén), y todo lo hacíamos de una manera sana, sin dobles intenciones, sin preguntarnos qué sentido tenía hacer lo que hacíamos. Pero la lucidez envenena nuestra manera de estar en el mundo. Equivale a una grieta, a una resquebrajadura: traza una línea en el suelo y nos coloca a un lado, solos y estupefactos. Desde nuestro lugar vemos el mundo, pero ya no podemos participar en él.
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Cioran comprendía que hemos nacido desnudos de cuerpo y de espíritu en una tierra indiferente, pero con la extraña enfermedad de la conciencia. FÉLIX DE AZÚA
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«Prefiero ser un Sócrates insatisfecho antes que un cerdo satisfecho», manifestó Stuart Mill, y alguien se preguntará: «¿Y no sería mejor ser un Sócrates satisfecho?». ¡Toma, pues claro! Pero, queridos amigos, no se puede tener todo. Estamos obligados a elegir: saber o no saber, luz o tinieblas. Y saber hace daño.
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«Nunca entenderé cómo se puede vivir sabiendo que no se es, por lo menos, eterno» (IN), escribe Cioran.
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«El mismo sentimiento de no pertenencia, de juego inútil, donde quiera que vaya: simulo interesarme por lo que no me importa, me afano por automatismo o por caridad, sin involucrarme jamás, sin estar nunca en ninguna parte. Lo que me atrae está en otro lado, y ese otro lado no sé qué es»
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«Quienes se afilian a un partido creen diferenciarse de quienes lo hacen a otro, cuando todos ellos, desde el momento en que escogen, coinciden en lo profundo, participan de una misma naturaleza y no se diferencian más que aparentemente en la máscara que asumen. Es estúpido pensar que la verdad depende de la elección, cuando, en realidad, toda toma de posición equivale a un desprecio de la verdad»
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«La única experiencia profunda es la que se hace en soledad. La que es el efecto de un contagio no deja de ser superficial: la experiencia de la nada no es una experiencia de grupo»
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«La duda cae sobre nosotros como una calamidad; lejos de elegirla, caemos en ella. Y en vano intentamos deshacernos de ella o eludirla, no nos pierde de vista, pues no es siquiera cierto que caiga sobre nosotros, estaba en nosotros y estábamos predestinados a ella» (CT).
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«Después de una larga intimidad con la duda, llegas a una forma particular de orgullo: no te consideras más dotado que los otros, sino solo menos ingenuo que ellos. De nada sirve que sepas que tal o cual está dotado de facultades o conocimientos en comparación con los cuales los tuyos apenas cuentan: todo será inútil, lo consideras como alguien que, inepto para lo esencial, se ha enredado en lo fútil. Si ha pasado por adversidades sin cuento y sin nombre, te parecerá que no ha llegado ni mucho menos a la experiencia única, capital, que tienes tú de los seres y las cosas: un niño, niños todos, incapaces de ver lo que solo tú —el más desengañado de los mortales, sin ilusión alguna sobre los demás y sobre ti— ves. Pero conservarás una pese a todo: la —tenaz, indesarraigable— de creer no tener ninguna. Nadie estará en condiciones de quitártela, pues, a tu juicio, nadie tendrá el mérito de estar tan de vuelta de todo como tú. Frente a un universo de engañados, tú te erigirás en solitario, con la consecuencia de que nada podrás hacer por nadie, como nadie podrá hacer nada por ti»
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La lucidez no es la depresión del pobre, del parado, del enfermo, sino una desesperación correcta, la gallarda angustia de quien, tal vez por un exceso de candor, esperaba más, suponía que había más.
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No hay que dejar de arremeter contra la vida, no hay que dejar pasar ninguna oportunidad de afearle la conducta, no sea que se piense que nos conformamos o que nos da lo mismo ocho que ochenta, morir que vivir. No somos santos ni filósofos ni sabios budistas: tenemos todo el derecho al pataleo. Despleguemos las pancartas, tomemos la calle. Aunque no sirva de nada, que se sepa: NO NOS PARECE BIEN TENER QUE MORIR.
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La infancia es como la mítica civilización de Tartessos, tiene algo de Atlántida, de lugar legendario cuyos vestigios nos obstinamos en rastrear, como si fuera posible reinterpretar y reconstruir aquel tiempo añorado.
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Lo que resulta chocante es estar a favor de esa biología maligna que, haciéndonos crecer, nos sitúa al borde de un precipicio, nos da un leve empujón y se va por donde ha venido, riéndose de nosotros.
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uno tiene que sentir que ha sido laboralmente llamado a algo —en este caso no se sabe por quién o por qué, si de nuevo por Dios, por la naturaleza o por los cuerpos celestes—, que ha nacido para hacer algo, que ha venido a este mundo a trabajar en algo. «Yo he nacido para ser abogado», dicen unos; «yo tengo vocación de médico», dicen otros. Quienes están muy integrados en la vida encuentran de lo más normal el hecho de tener una vocación; lo contrario, que alguien no sienta deseos de convertirse en nada, que alguien no aspire a ser esto o aquello, abogado o electricista o maestro, les parece una frivolidad y una memez. Pero ¿qué hay de «normal» en querer ser, por ejemplo, dentista?
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Deberíamos recuperarnos a nosotros mismos, urdir un motín contra el trabajo antes de que sea tarde y nos desfigure y nos convierta en imbéciles sin remisión. Quienes detestan el trabajo y admiten que, de poder hacerlo, dejarían de trabajar, son aquellos individuos con los que se podría contar en un hipotético levantamiento.
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Lo verdaderamente peligroso no es aburrirse de algo o con algo, sino encontrarlo todo dramáticamente aburrido. Una cosa es que una película nos aburra y otra que la vida, la existencia, el mundo, todo cuanto existe nos aburra. Más que aburrimiento, esa sensación es el tedio, el hastío de vivir. Cioran gustaba de utilizar la palabra acedía:
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Quevedo concluye su Buscón con una advertencia imprescriptible: «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres».
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Pero uno sospecha que tratar de combatir el tedio visceral con turismo es como hacer una chapuza en el alma, un apaño, como poner un parche de cinta aislante para que el grifo de la indiferencia que tanto brea al aburrido deje de gotear (cuando lo que habría que hacer es cambiar toda la tubería), unos primeros auxilios para una enfermedad que, como poco, requiere ingreso e intervención quirúrgica.
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«no te duele nada pero preferirías un dolor preciso antes que lo indefinible de la angustia. La enfermedad misma es un contenido (y sustancial) comparado con la indiferencia agobiante y difusa del hastío, en el que te encuentras bien, aunque preferirías el mal de una enfermedad concreta. Nos quejamos de cualquier dolor por su precisión. La enfermedad es ocupación; el hastío no. Por eso se parece a una liberación de la que querríamos escapar. Esta es la paradoja del hastío: que es una ausencia y que no podemos sustraernos a ella. Comparado con la enfermedad, es una salud insoportable, irritante, un bien sordo y monótono que solo es grave por lo indeterminable e infinitamente vulgar de su carácter. Un restablecimiento que no se termina nunca… ¿El hastío? Una convalecencia incurable»
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«Yo no soy de aquí; condición de exilio en sí; en ninguna parte me encuentro en casa: absoluta falta de pertenencia a nada»
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«Me siento desapegado de cualquier país, de cualquier grupo. Soy un apátrida metafísico, algo así como aquellos estoicos de fines del Imperio romano, que se sentían “ciudadanos del mundo”, lo que es una forma de decir que no eran ciudadanos de ninguna parte»
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El maestro Bernhard cierra su relato Ungenach con esta brutal reflexión: «Creemos haber vivido y, en realidad, hemos muerto lentamente. Creemos que todo ha sido una lección, y sin embargo no fue más que una extravagancia. Miramos y reflexionamos y tenemos que contemplar cómo todo lo que miramos y lo que reflexionamos se retira, cómo el mundo, que nos propusimos dominar o, por lo menos, cambiar, se nos retira, cómo el pasado y el futuro se nos retiran, cómo nos retiramos de nosotros, y cómo, con el tiempo, todo nos resulta imposible. Existimos todos en un ambiente de catástrofe. Nuestra disposición es una disposición que tiende a la anarquía. Todo lo que hay en nosotros está continuamente bajo sospecha. Donde está la debilidad mental, donde no está, está la insoportabilidad. En el fondo, el mundo, desde dondequiera que lo miremos, se compone de insoportabilidad. El mundo nos resulta cada vez más insoportable. El que soportemos lo insoportable es la capacidad para el tormento y el dolor, durante toda la vida, de cada uno, hay en ello algunos elementos irónicos, un idiotismo irracional, y todo lo demás es calumnia».
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Dejó dicho Charles Bukowski: «Soy indiferente a la destrucción de la raza humana, me da exactamente igual. Si barrieran de la Tierra a toda la humanidad, no se perdería nada». No es que la gente le asqueara de un modo insuperable, sino que se trataba de algo más simple: «Yo no era un misántropo ni un misógino, pero prefería estar solo. Era agradable sentarse solo en un recinto pequeño y beber y fumar. Siempre supe hacerme compañía».
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«¡No tener ya nada en común con los hombres salvo el hecho de ser hombre!»
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Es irónico que seamos capaces de imaginarlo todo y que no podamos ser nada más que hombres;
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«Un gran paso adelante fue dado el día en que los hombres comprendieron que, para mejor poder atormentarse unos a otros, necesitaban reunirse, organizarse en sociedad»
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Nietzsche es todavía demasiado humano. Después de todo lo que había derribado, tras haberse liberado del yugo de los valores cristianos, finalmente la solución radicaba en… ¡el hombre! ¿Quién que conozca al hombre de cerca puede creerlo capaz de la transformación a mejor que vaticinaba Nietzsche? Conocer al hombre es despreciarlo,
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«Cuando paso días y días entre textos en los que no se habla más que de serenidad, de contemplación y de despojamiento, me dan ganas de salir a la calle y de romperle la cara al primer transeúnte»
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«Cuando yo era joven, pensaba en la muerte en todo momento. Era una obsesión, incluso cuando comía. Toda mi vida estaba bajo el imperio de la muerte. Ese pensamiento nunca me ha abandonado, pero con el tiempo se ha debilitado. Sigue siendo una obsesión, pero ya no es un pensamiento. […] A fin de cuentas, no hay otro tema. Desde luego, es mucho mejor no pensar en ella, pero nada hay de anormal en hacerlo. No hay otro problema. Precisamente porque yo he estado a la vez liberado y paralizado por ese pensamiento de la muerte, no he hecho nada en mi vida. Cuando se piensa en la muerte no se puede tener una profesión. Solo se puede vivir como he vivido yo, al margen de todo, como un parásito. La sensación que siempre he tenido ha sido la de inutilidad, de falta de objeto. Podemos decir que es enfermizo, pero lo es solo en sus efectos, no desde un punto de vista filosófico. Filosóficamente, es de lo más normal que todo nos parezca inútil. ¿Por qué habríamos de hacer algo? ¿Por qué? Creo que toda acción es fundamentalmente inútil y que el hombre ha frustrado su destino, que era el de no hacer nada»
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«no necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo»
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«Solo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro tiene que hurgar en las heridas, incluso provocarlas. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro»
Bartleby, el escribiente
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Nietzscheana
- julio 21, 2019
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Nietzscheana
- julio 21, 2019
Vila-Matas indaga en los batlebys, en esos seres del No, en aquellos escritores que optaron en algún momento por negarse a ser, por negarse precisamente a escribir porque ya no había nada más que decir. Habla sobra sobre Rimbaud, Salinger, Wittgenstein o Maupassant atravesado por su inmortalidad, intentando comprender ese No por el que optaron. Porque a veces no ser es también un modo de ser.
"Este libro habla de los que dejan de escribir (Rulfo, Rimbaud, Salinger…) e indaga en los motivos de cada uno para preferir no hacerlo. [...] Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo."
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A este parentesco entre Rimbaud y su ilustre maestro Sócrates bien se le podrían aplicar estas palabras de Victor Hugo: «Hay algunos hombres misteriosos que no pueden ser sino grandes. ¿Por qué lo son? Ni ellos mismos lo saben. ¿Lo sabe acaso quien los ha enviado? Tienen en la pupila una visión terrible que nunca los abandona. Han visto el océano como Homero, el Cáucaso como Esquilo, Roma como Juvenal, el infierno como Dante, el paraíso como Milton, al hombre como Shakespeare. Ebrios de ensoñación e intuición en su avance casi inconsciente sobre las aguas del abismo, han atravesado el rayo extraño de lo ideal, y éste les ha penetrado para siempre… Un pálido sudario de luz les cubre el rostro. El alma les sale por los poros. ¿Qué alma? Dios.»
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Creo que puede decirse que, de algún modo, tanto Hölderlin como Walser siguieron escribiendo: «Escribir —decía Marguerite Duras— también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido.»
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Walser quería ser un cero a la izquierda y la vanidad que amaba era una vanidad como la de Fernando Pessoa, que en cierta ocasión, al arrojar al suelo el papel de plata que envolvía una chocolatina, dijo que así, que de aquella forma, había tirado él la vida.
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Marguerite Duras decía: «La historia de mi vida no existe. No hay centro. No hay camino, ni línea. Hay vastos espacios donde se ha hecho creer que había alguien, pero no es verdad, no había nadie.» «No soy nadie»,
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He recordado a Albert Camus: «¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no.»
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Wilde: «Cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir.»
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Estos libros fantasmas, textos invisibles, serían esos que un día llaman a nuestra puerta y, cuando nosotros acudimos a recibirles, por un motivo a menudo fútil, se desvanecen; abrimos la puerta y ya no están, se han ido. Seguramente era un gran libro, el gran libro que estaba dentro de nosotros, el que realmente nosotros estábamos destinados a escribir, nuestro libro, el mismo que no vamos a poder ya escribir ni leer nunca. Pero ese libro, que nadie lo dude, existe, está como suspendido en la historia del arte del No.
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Dylan Thomas: «Alguna certeza debe existir, / si no de amar, al menos de no amar.»
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Es maravilloso el no porque es un centro vacío, pero siempre fructífero. A un espíritu que dice no con truenos y relámpagos, el mismo diablo no puede forzarle a que diga sí. Porque todos los hombres que dicen sí, mienten; en cuanto a los hombres que dicen no, bueno, se encuentran en la feliz condición de juiciosos viajeros por Europa. Cruzan las fronteras de la eternidad sin nada más que una maleta, es decir, el Ego. Mientras que, en cambio, toda esa gentuza que dice sí viaja con montones de equipaje y, malditos ellos, nunca pasarán por las puertas de la aduana.
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Pintar no es más que renunciar a todo lo que no se puede pintar.
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Al final de sus días, Tolstói vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral.
Muchos hijos, un mono y un castillo
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Nietzscheana
- enero 12, 2018
Cabecera programa cine - At the movies
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Nietzscheana
- diciembre 06, 2017
Teoría King Kong - Virginie Despentes
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Nietzscheana
- diciembre 06, 2017