Las reglas del juego

by - marzo 18, 2009

No tengo ganas de conocer por mera obligación circunstancial a nadie. No se me dan bien las relaciones sociales y ni siquiera tengo ningún interés supremo en ellas. De hecho, las evito por voluntad propia. Estoy bien sola pero eso no lo suelen entender.
A veces, creo que tengo que ver mucho con alguien y otras, todo se derrumba y lo veo completamente al revés por meros datos irrelevantes, pero que me hacen pensar que soy ajena a todo el decorado de ahí fuera. Sólo me gusta de él la luz de filtro sepia antiguo que entra por la noche en mi habitación.
Entiendo, creo, a otro tipo de gente. Al menos a mí me parece diferente.
Llegar a un sitio donde se amontona la gente porque tal vez un remoto día de algún remoto año alguien dijo: amontonemonos todos; y su afirmación tuvo éxito, me parece bien alguna que otra vez, siempre y cuando se sea consciente de que todo eso está vacio, no vale nada y roza el absurdo. Pero en otras ocasiones, cuando no recuerdo todo eso, o no estoy predispuesta para encontrarme eso, la atmósfera deja de parecerme absurda para convertirse en deprimente. Empiezo a pensar ¿qué hago aquí? ¿saben que algún remoto día de algún remoto año a alguien se le ocurrió esta idea y la gente acató sin cuestionamiento alguno? ¿de qué hay que hablar? ¿qué hay que decir? ¿cómo se comienza una conversación que trate sobre nada? ¿cómo hay que actuar? Todo eso, implicito en todos, me resulta realmente difícil y complejo. Añadida la dificultad a la situación incómoda, tal vez difícil por ello, y tras observar detenidamente el entorno, me aislo en mi burbuja, en esa en la que siento que soy ajena a todo eso, que eso no va conmigo porque no lo entiendo o porque no sé jugar a ese juego. Y realmente es eso, no sé jugar y no estoy interesada en aprender cómo se juega a todo eso.

P.D.: F. tu sí sabes jugar cuando quieres. Está bien, puesto que sabes que tan sólo es eso, un juego

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