Recortes de El amor dura tres años de Frédéric Beigbeder

by - noviembre 18, 2017

Recortes de El amor dura tres años de Frédéric Beigbeder

1) LA FELICIDAD NO EXISTE. 2) EL AMOR ES IMPOSIBLE. 3) NADA ES GRAVE.

Beigbeder tiene una escritura ágil, tremendamente irónica que me recuerda, aunque con otros términos, al realismo sucio de Bukowski. He de reconocer que 13,99 me pareció mejor libro. Sin embargo, El amor dura tres años se torna, al igual que el anterior, una lectura ligera, rápida que te deja mensajes claros sobre la realidad del autor y sobre aquella realidad que, de un modo u otro, todos hemos padecido. Seguramente acabaré leyéndome toda su obra, merece la pena. 

Recortes: 


Hacéis el amor cada vez menos y consideráis que no es grave. Estáis convencidos de que el fin del mundo está muy lejos.
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Los mundanos son seres solitarios perdidos en un mar de relaciones vagamente indefinidas. Alimentan su seguridad a base de apretones de manos.
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Me casé con Anne porque era un ángel, y ése ha sido precisamente el motivo de nuestro divorcio. Creí que estaba buscando el amor hasta el día en que me di cuenta de que lo único que deseaba era huir de él.
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El alcohol tiene un gusto amargo El día era ayer Y la orquesta en un traje algo antiguo Toca el vacío de mi vida Desintegrada. (Christophe, Le Beau Bizarre)
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Estoy rodeado de risas forzadas. Siento deseos de ahogarme en el mar pero hay demasiadas motos acuáticas.
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Estoy muerto. Cada mañana me despierto con un insoportable deseo de dormir. Visto de negro porque llevo luto por mí mismo. Llevo luto por el hombre que podría haber sido.
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Un mosquito vive un día, una rosa tres días. Un gato, trece años, el amor, tres. Así son las cosas. Primero hay un año de pasión, luego un año de ternura y, finalmente, un año de aburrimiento.
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«En Finlandia, en Rusia, en Egipto, en Sudáfrica, los centenares de miles de hombres y mujeres estudiados por la ONU, que hablan idiomas distintos, visten de modo diferente, manipulan monedas, entonan oraciones, temen a demonios diferentes, albergan una infinita variedad de esperanzas y de sueños…, protagonizan el punto álgido de divorcios justo después de tres años de vida en común.» Esta obviedad sólo es una humillación añadida. ¡Tres años! Las estadísticas, la bioquímica, mi caso personal: la duración del amor siempre es idéntica. Inquietante coincidencia. ¿Por qué tres años y no dos, o cuatro, o seiscientos? En mi opinión, esto confirma la existencia de estas tres etapas que solían distinguir Stendhal, Barthes y Barbara Cartland: Pasión-Ternura-Tedio, un ciclo de tres niveles que duran un año cada uno, un triángulo tan sagrado como la Santísima Trinidad. El primer año, se compran muebles. El segundo año, se cambian los muebles de sitio. El tercer año, se reparten los muebles.
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¿de qué sirve pasarse toda la noche huyendo de ti mismo si, al final, consigues darte alcance en tu propio domicilio?
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Asimismo, aquí tenéis una lista de canciones tristes para superar el bache: April come she will de Simon & Garfunkel (20 veces), Trouble de Cat Stevens (10 veces), Something in the way she moves de James Taylor (10 veces), Et si tu n’existais pas de Joe Dassin (5 veces), Sixty years on seguida de Border Song de Elton John (40 veces), Every body hurts de REM (5 veces), Quelques mots d’amour de Michel Berger (40 veces pero no presumáis demasiado de ello), Memory Motel de los Rolling Stones (8 veces y media), Living without you de Randy Newman (100 veces), Caroline No de los Beach Boys (600 veces), La sonata a Kreutzer de Ludwig van Beethoven (6.000 veces). Una buena idea para un disco recopilatorio: ya tengo el eslogan. «El megamix depresivo, una selección para verlo todo negro.»
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Lo que sucede después no es muy original: para no entrar en detalles, digamos que nos fuimos a vivir juntos a un apartamento demasiado pequeño para un amor tan grande. A causa de eso, salíamos demasiado a menudo de nuestra casa, y nos vimos arrastrados por un remolino bastante corrompido.
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La verdad siempre es decepcionante, ésa es la razón por la cual todo el mundo miente.
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Ella tenía una mirada suplicante, triste, empañada, odiosa, apaleada, inquieta, decepcionada, inocente, orgullosa, despreciativa, que sin embargo seguía siendo azul. Nunca la olvidaré: aquella mirada estaba descubriendo el dolor.
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¿Por qué nunca hay nadie en los divorcios? El día de mi boda, estuve rodeado de todos mis amigos. Pero el día de mi divorcio estoy increíblemente solo. Ningún testigo, ninguna dama de honor, nada de familia, ni amigos borrachos para darme palmaditas en la espalda. Ni flores, ni coronas. Me habría gustado que me lanzaran algo, a falta de arroz, no sé, tomates podridos, por ejemplo. A la salida del Palacio de Justicia, este tipo de proyectil suele ser moneda corriente. ¿Dónde están todos aquellos conocidos que el día de mi boda se atiborraban de pastas y que hoy me boicotean, cuando debería ser precisamente al revés: uno siempre debería casarse solo y divorciarse con el apoyo de todos sus amigos?
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En el medio en que vivo, no te haces ninguna pregunta antes de los treinta años, y cuando los cumples, ya es demasiado tarde para responderla, por supuesto. La cosa funciona así: tienes veinte años, te diviertes un poco y, cuando te despiertas, ya tienes treinta. Se acabó: tu edad no empezará nunca más con el dígito 2. Debes resignarte a tener diez años más que hace diez años y diez kilos más que el año pasado. ¿Cuántos años te quedan? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Treinta? La esperanza de vida media todavía te concede cuarenta y dos si eres hombre, cincuenta si eres mujer. Pero no tiene en cuenta las enfermedades, la caída del cabello, la chochez, las manchas en las manos. Nadie se plantea estas preguntas: ¿Hemos aprovechado la vida lo suficiente? ¿Deberíamos haber vivido de un modo distinto? ¿Estamos con la persona adecuada, en el lugar adecuado? ¿Qué nos ofrece este mundo? Desde el nacimiento hasta la muerte, conectamos nuestra existencia a un piloto automático, y hace falta una valentía sobrehumana para cambiar de rumbo. A los veinte años, creía saberlo todo de la vida. A los treinta, me di cuenta de que no sabía nada. Acababa de dedicar diez años a aprender todo lo que, a partir de entonces, debería desaprender.
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Cuando uno lo tiene todo demasiado pronto, acaba deseando un desastre que lo libere. Una catástrofe para sentirse aliviado.
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Al no poder estar por encima del resto del mundo, deseamos ser igual que todo el mundo por miedo a quedar por debajo.
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Ellas, también han visto demasiadas teleseries. Así que esperan al Príncipe Azul, ese concepto publicitario para retrasados, fábrica de frustrados, de futuras viejas chicas, de amargadas, mientras que un solo hombre imperfecto podría haberlas hecho felices.
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El hombre es un animal insatisfecho que se debate entre varias frustraciones.
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¡Qué pérdida de tiempo querer matarse cuando uno ya está muerto!
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Durante mucho tiempo, mi único objetivo en la vida fue autodestruirme. Hasta que, en una ocasión, sentí deseos de ser feliz. Es terrible, me siento avergonzado, perdonadme: un día experimenté esa vulgar tentación de ser feliz. Lo que he aprendido desde entonces es que aquél era el mejor modo de destruirme.
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La vida es una sitcom: una sucesión de escenas que se desarrollan siempre en los mismos decorados, con más o menos los mismos personajes, y de la que uno espera los siguientes capítulos con una impaciencia teñida de embrutecimiento.
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Me parece que todo el problema del amor radica en lo siguiente: para ser felices necesitamos seguridad cuando resulta que para estar enamorados necesitamos inseguridad.
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La Belleza acaba en Fealdad, el destino de la Juventud es Marchitarse, la Vida sólo es un lento proceso de Putrefacción, Morimos cada Día. Menos mal que siempre nos quedará Mozart. ¿A cuánta gente habrá salvado la vida Mozart?
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El sexo es una lotería: dos personas pueden adorar eso por separado y no congeniar juntos. Piensas que la cosa puede evolucionar, pero resulta que no evoluciona. Es una cuestión de epidermis, o sea, una injusticia (como todas las cosas que tienen relación con la piel: el racismo, la descamación del rostro, el acné…).
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Nuestra generación tiene una pésima educación en el terreno sexual. Creemos saberlo todo, porque vivimos bombardeados por pelis porno y porque nuestros padres han hecho su llamémosle revolución sexual. Pero todo el mundo sabe que la revolución sexual nunca tuvo lugar. En el sexo, al igual que en el matrimonio, nada se ha movido ni un milímetro desde hace un siglo. Nos acercamos al año 2000 y las costumbres son las mismas que en el XIX, y algo menos modernas que en el XVIII. Los tíos son machistas, torpes, tímidos, y las chicas son púdicas, reacias, acomplejadas por la idea de que las tomen por unas ninfómanas. La prueba de que nuestra generación es sexualmente nula es el éxito de los programas que hablan de sexo en la radio y la televisión, el ínfimo porcentaje de jóvenes que se ponen preservativo para hacer el amor. Esto confirma que son incapaces de hablar del tema con normalidad.
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La única buena noticia: la infelicidad adelgaza. Nadie habla de este tipo de dieta, que, sin embargo, es la más eficaz. La dieta depresiva. ¿Te sobran unos kilos? Divórciate, enamórate de alguien que no te corresponde, vive solo y recréate en tu tristeza durante todo el día. Tu sobrecarga ponderal pronto desaparecerá, como la nieve bajo el sol. Recuperarás un cuerpo esbelto, y podrás disfrutar de él, siempre y cuando sobrevivas.

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