Beigbeder - 13,99

by - mayo 12, 2016

Fragmentos:

Llega un momento, cuando a la gente se le repite demasiado que su vida no tiene ningún sentido, que se vuelve completamente loca, empiezan a correr en todas las direcciones pegando gritos, no logra aceptar que su existencia carece de objetivo, pensándolo bien resulta bastante inadmisible pensar que uno está aquí para nada, para morir y nada más, no es extraño que todo el mundo acabe pirado.

No es la naturaleza, es la esperanza la que siente horror por el vacío.

Hay que desaparecer como Gauguin, Rimbaud o Castaneda, eso es todo.

Qué demonios está haciendo ahí (siempre la misma pregunta, desde su nacimiento).

Hay que desaparecer como Gauguin, Rimbaud o Castaneda, eso es todo.


Todo es provisional: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. La muerte es algo tan ineludible que pilla a todo el mundo por sorpresa. ¿Cómo saber si este día no será el último? Creemos tener tiempo. Y luego, de repente, ya está, nos ahogamos, fin del tiempo reglamentario. La muerte es la única cita que no está anotada en nuestra agenda.


Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados.

El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo.» Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco.

Creo que, en el fondo, sólo deseaba hacer el bien a mi alrededor. No fue posible por dos razones: porque me lo impidieron, y porque abdiqué. Las personas movidas por las mejores intenciones siempre son las que acaban convirtiéndose en monstruos.

Puedo garantizaros que, a este precio, todo está a la venta —sobre todo vuestra alma.

Te soy fiel: eres la única persona a la que tengo ganas de engañar.

Y lo raro es que, mientras ella se marchaba llorando, tú te dabas perfecta cuenta de que el que huía eras tú.

El noventa y cinco por ciento de la gente aceptaría acostarse si les ofrecieran diez mil francos. Cualquier tía te la chuparía por la mitad de dinero. Primero se hará la ofendida, no presumirá de ello delante de sus amigas, pero creo que, a cambio de cinco de los grandes, te hará lo que tú quieras. E incluso por menos.

En compañía de una mujer digamos que «normal», uno tiene que esforzarse, presumir, ofrecer su lado bueno, en definitiva, mentir: es el hombre quien hace a la puta.

Pasados los treinta, todo el mundo se blinda: después de algunas decepciones amorosas, las mujeres rehúyen el peligro, salen con viejos imbéciles que las tranquilizan; los hombres ya no desean querer, prefieren tirarse a lolitas o a putas; todo el mundo se protege con un caparazón; uno no quiere volver a sentirse nunca más ridículo ni desgraciado. Echas de menos la edad en que el amor no causaba dolor. A los dieciséis años, salías con chicas y las dejabas o ellas te dejaban a ti sin problemas, en dos minutos, asunto liquidado. ¿Por qué, más adelante, todo pasó a ser tan importante? En buena lógica, debería haber ocurrido al revés: dramas en la adolescencia, intrascendencia en la treintena. Pero no es el caso. Cuanto más envejece uno, más cómodo se vuelve. A los treinta y tres años somos demasiado serios.

Delante de ti, una chica sonríe.
La amas. Ella nunca lo sabrá.
Qué lástima.
Ha sido un hermoso minuto.

Dormid, buena gente, «Todo el mundo es infeliz en el mundo moderno», avisó Charles Péguy. Es cierto: los parados son infelices por no tener trabajo, y los que trabajan por tenerlo. Dormid tranquilos, tomad vuestro Prozac. Y, sobre todo, no os hagáis preguntas. Hier ist kein warum.

Esta escena transcurría hacia principios del tercer milenio después de J. C. (Jesucristo: excelente redactor-creativo, autor de numerosos títulos que siguen siendo célebres: «AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS», «TOMAD Y COMED PORQUE ÉSTE ES MI CUERPO», «PERDÓNALOS, SEÑOR, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN», «LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS», «EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO», ah, no, eso era de su padre).

Ves tu propia decadencia en el espejo: ¿sabías que, etimológicamente, narcisista y narcótico proceden de la misma palabra?

 Todas las chicas de hoy hacen lo mismo: mantener la boca entreabierta y los ojos embobados como Audrey Marnay en una serie fotográfica de Terry Richardson; en la actualidad, el colmo del arribismo consiste en fingir inocencia.

Octave intenta no perder la concentración. Hay que resistir sin farlopa, asumir la realidad sin estimulantes, hay que integrarse en la sociedad, respetar a los demás, aceptar las reglas del juego.

—Basta ya de bromas. ¿Alguna vez habéis pensado, queridas señoritas, que toda la gente que veis, todos esos idiotas con los que os cruzáis mientras conducís, todas esas personas, absolutamente todas sin excepción, van a morir? ¿Aquel de allí, al volante de su Audi Quattro? ¿Y ésa, la cuarentona pasada de revoluciones que acaba de adelantarnos con su Mini Austin? ¿Y todos los habitantes de esos inmuebles, parapetados detrás de ineficaces paredes insonorizadas? ¿Acaso habéis pensando en el montón de cadáveres que todo esto representa? Desde que existe el planeta, ochenta mil millones de seres humanos han vivido aquí. Conservad esta imagen en vuestra mente. Debemos de andar cerca de los ochenta mil millones de muertes. ¿Acaso habéis visualizado que todas estas personas beneficiadas por una prórroga forman un gigantesco montón de futuros cadáveres, un paquete de malolientes cuerpos que todavía está por llegar? La vida es un genocidio.

El avión está hasta los topes de publicitarios. Si se estrellase, sería el principio del triunfo de la Sinceridad.

—Después de todo lo que los hombres han hecho por él, Dios podría por lo menos haberse tomado la molestia de existir, ¿no os parece?

—Te invito a mi choza.
Pero como no domina su impreciso acento, Octave entiende:
—Te invito a mi cosa.
Es curioso. Como el engaño es recíproco, no hay confusión. Pero él pone su mano sobre el rostro de ella mientras murmura:
—Querida, yo no follo con las chicas: prefiero perderlas.

En África, un blanco que se dirige a un negro ya no lo hace con la condescendencia racista de los colonizadores de antaño; ahora todo resulta mucho más violento. Ahora el blanco tiene la mirada piadosa del sacerdote que administra la extremaunción a un condenado a muerte.

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