Raymond Carver: Ondas de radio

by - septiembre 05, 2008

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido. No entiendo nada de las ondas de radio. Pero creo que se transmiten mejor justo después de llover, cuando el aire está húmedo. En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero, o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo ligeramente interesado por la política canadiense y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer, o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer los periódicos. De noche pongo la radio. Cuando escapé aquí trataba de alejarme de todo. Especialmente de la literatura. De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras. Hay en el alma un deseo de no pensar. De estar quieto. Emparejado con éste, un deseo de ser estricto, sí, y riguroso. Pero el alma también es una afable hija de puta no siempre de fiar. Y olvidé eso. Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido y nunca volverá que a lo que aún sigue con nosotros y estará con nosotros mañana. O no. Y si no, también está bien. Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta. Esa es la voz que escuché. ¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así? ¡Qué absurdo! Pero tengo estas estúpidas ideas de noche cuando me siento en la butaca y oigo la radio. Entonces, Machado, ¡su poesía! Era como un hombrecillo mayor que se vuelve a enamorar. Una cosa digna de observar, y embarazoso, además. Y llevo tu libro a la cama conmigo y me duermo con él a mano. Un tren pasó en mis sueños una noche y me despertó. Y lo primero que pensé, el corazón acelerado allí en el dormitorio a oscuras, fue esto: Todo es perfecto, Machado está aqui. Entonces me volví a dormir. Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías, cuando alguien preguntó qué hacer con su vida. Conque miré alrededor y tomé nota de todo. Luego me senté al sol, en mi sitio de junto al río desde donde puedo ver las montafias. Y cerré los ojos y escuché el sonido del agua. Luego los abrí y me puse a leer «Abel Martín». Esta mañana pensé mucho en ti, Machado. Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte, que recibirás el mensaje que pretendo enviarte. Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien. Descansa. Antes o después espero que nos veamos. Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.

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