Sergio Algora

by - noviembre 07, 2008

Las bestias
03/03/2005
Pilar está de pie en la orilla de la playa. Sonia y Laura no le quitan ojo. Era tan bella que las dos chicas llevaban toda la mañana atrapadas en un placentero ejercicio de vigilancia. Cuando se movía parecía dejar el molde de su anterior postura haciéndose hueco en el aire. Su belleza no les causaba ningún tipo de envidia o insatisfacción. Ellas también eran jóvenes y hermosas. Pero observaban a Pilar para establecer un canon. A partir de Pilar no hay nada. Ella era como el Everest. Una vez allí sólo se podía mirar hacia abajo.
El sol de la tarde caía de tal forma que los cuerpos tumbados en las toallas parecían espejos y los apartamentos de la costa, sábanas de piedra blanca puestas a secar.
Pilar vio que sus amigas la miraban y las saludó con la mano. Su sonrisa era digna del brillo de piedra preciosa de sus ojos. Sonreía desde sus órganos internos y tenía la belleza de varios niños aún no nacidos. Se agachó a recoger conchas marinas. Es perfecta, dijo Laura.
Podría ser que algún día todo esto se acabe, respondió de manera misteriosa Sonia a su amiga.
No es posible. Mira el cielo con su azul inaccesible y fugaz, el mar rompiendo contra las quillas de los cuerpos bronceados. Mira el perfil de pilar como una isla recortada contra los latidos del corazón marino, apuntó Laura.
¿De quién son esos versos?
De Pilar.
Su quietud de estatua, vertebral y sin signo de cansancio, hacía perecer a Pilar dormir de pie. Inhalando el fulgor del sol de verano. Su esqueleto lloraba por tener el privilegio de sostener su carne.
Mientras el mar ensanchaba su horizonte afilado y húmedo, algo bullía en los cementerios cotidianos del interior, alguien preparaba lápidas futuras, alguien transporta la noche y sus mecanismos. La noche que jamás trae el día. Las bestias de nuestra sangre se afanaban en comenzar a destruir otro mundo irrepetible.
De la paella que Pilar ha comido en una terraza cercana a la playa, todos los compuestos simples ya han sido absorbidos por sus vellosidades intestinales y han pasado a su sangre. Pero Pilar está teniendo una digestión pesada. Tiene la boca muy seca y está pensando en dejar su paseo por la orilla para ir a tomar un agua con gas. Pero la pereza estival la retiene con sus pies metidos en el agua.
El bolo alimenticio de arroz, gambas, sepia y pimientos cruzó su laringe, siguió hasta el esófago y se hundió en el estómago. Allí la mucosa de Pilar ha segregado el potente jugo gástrico que ha transformado todo el alimento en una espesa papilla, en un quimo marrón y maloliente. Pero esa papilla, esos deshechos, no saldrán hasta dentro de varios días, debido a unos pólipos en el colon que aún no han sido detectados. Dentro de unos meses sus heces saldrán manchadas de sangre y ya será tarde. Las bestias han comenzado su trabajo en los intestinos hace unos días. Se encuentran en la primera fase de la amargura.
Mientras las bestias comen células y más células sin descanso, en la oscuridad de su vientre, Sonia y Laura contemplan ahítas el brillo extremo de todos los poros de Pilar.

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